En el conjunto de trabajos que una joven de la época victoriana podía llegar a ejercer, el de secretaria comenzó a tener futuro hacia finales del siglo XIX. En efecto, una condición necesaria para ello fue el acceso de las mujeres a la cultura y a la información, cosa que anteriormente era casi impensable. El auge de la literatura y el periodismo, pero también del trabajo de investigación llevado a cabo por profesores o científicos independientes, hizo que muchos intelectuales buscasen ayuda en la figura de estas profesionales, que se ocupaban de tener a punto sus agendas, recordarles sus compromisos y escribir sus cartas o memorandos.
Aunque la idea de escribir a máquina se gestó a finales del siglo XVIII, el instrumento se popularizó a partir de 1874, cuando la casa Remington comenzó la producción en serie de este revolucionario objeto. Aunque al principio no fue muy bien acogido por el público, hacia 1915 la máquina de escribir ya tenía en el mercado cerca de 600 modelos. Inmediatamente aparecieron decenas de escuelas en las que se enseñaba a dominarla y a las que acudieron innumerables muchachas, deseosas de disponer de una oportunidad para mejorar su trabajo de secretarias. Muchas incluso se compraron una máquina que llevaban consigo a su trabajo.
Así, la figura de la secretaria, y más todavía si disponía de máquina de escribir propia, pasó a engrosar las listas de las agencias de colocaciones, pues era normal que estas muchachas no tuvieran empleos fijos o de larga duración, sino que acudieran allí donde las requerían por la duración de un trabajo en concreto.
Naturalmente, la secretaria victoriana trabajaba sólo mientras permanecía soltera, pues el empleo de la mujer casada, como era sabido, era el hogar y la familia.
EL MALETÍN DE TRABAJO
Las secretarias llevaban consigo un maletín de trabajo que solía ser de madera barnizada con un asa de metal o hueso, en cuyo interior se alojaba todo lo necesario para su cometido: tinteros, plumas, papeles y libretas de notas. Este equipo les era muy necesario, por cuanto era corriente que las jóvenes tuvieran que trasladarse de lugar según las necesidades de las personas que las contrataban, que a veces eran simples particulares que carecían de oficinas fijas. También las profesoras y algunas institutrices empleaban este tipo de maletines.
La mayor parte de los intelectuales y hombres de negocios y, desde luego, los aristócratas, disponían en sus casas de una biblioteca en la que leer y trabajar y que, con el tiempo, cuando necesitaban los servicios de una secretaria se convirtió asimismo en su oficina. En las bibliotecas solía haber grandes mesas y en ellas se instalaban escritorios y burós.
LOS INTELECTUALES
En el siglo XIX, muy rico en movimientos literarios, los escritores y los periodistas eran clientes potenciales de una secretaria, sobre todo a partir de los años finales de la centuria. Los representantes de la vida cultural europea solían ser justamente lo contrario de los padres de familia y en general de quienes propugnaban los valores típicos de la era victoriana. Por el contrario, casi al tiempo en el que el trabajo femenino comenzaba a verse como algo normal, los intelectuales, alineados con las sufragistas, criticaban el conformismo social victoriano y lo mismo hacían numerosos hombres públicos.
CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
- LA CHAQUETA ENTALLADA: esta chaqueta, abierta por delante, se llamaba "de estilo princesa" y se puso de moda hacia 1880, cuando el volumen de las faldas se redujo drásticamente.
- EL POLISÓN: hacia finales de la década de 1880 desaparecieron definitivamente las crinolinas y se puso de moda el polisón, que se llevaba con la falda ajustada a las caderas y acampanada.
- LA SOMBRILLA: complemento obligado de toda mujer elegante, las sombrillas de la época victoriana simepre hacían juego con el traje y el sombrero y su función era, exclusivamente, proteger a la dama del sol.
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