viernes, 27 de junio de 2014

La dama viuda

Para una mujer victoriana, educada para ser esposa y madre, la viudez representaba una de las etapas más duras de la vida. No sólo tenía que soportar larguísimos periodos de luto sino también verse apartada de la vida social, a veces para siempre, pues sólo si quedaba en posición acomodada una viuda podía hallar un nuevo pretendiente y contraer otro matrimonio. Sin embargo, para las aristócratas significaba recobrar su libertad personal y el control de sus bienes y de los que podía heredar de su difunto esposo.

                                                       

La intensa religiosidad de que hacía gala la sociedad victoriana impregnó todos los aspectos de su vida cotidiana privada y colectiva, al igual que muchas manifestaciones artísticas de la época como la música o la poesía. La religión se mantenía sobre todo en torno al matrimonio y a la familia, por lo que afectaba también a todos los aspectos que llevaba aparejados la viudez.

En realidad, sólo las familias acomodadas eran capaces de soportar el gasto que representaba un luto llevado con todas las de la ley. Las grandes familias transmitían todo el ritual, la viuda se vestía con austera lana negra y sombreros con crespones. Éstos, el primer año, debían caer por la espalda hasta la parte de atrás de la rodilla y sólo después podían acortarse hasta la cintura. La viuda no salía de casa excepto para acudir al servicio religioso o visitar a sus familiares más cercanos; las fiestas y las reuniones sociales, hasta las más inocentes, terminaban para ella. Si era una dama de mediana edad, a partir de entonces sólo podía esperar ocuparse de sus hijos y de sus nietos y vivir así hasta que, a su vez, le llegara su hora. En las casas, todo el servicio se vestía también de luto y las puertas y ventanas permanecían cerradas, procurando a sus moradores el silencio absoluto.

De hecho, las grandes damas podían permitirse aliviar esta época tan triste. Si tenían dinero, podían viajar y, aunque no podían quitarse el luto, al menos cambiaban la monotonía por distracción. Podían vestirse de seda y emplear joyas y encajes, con lo que su depresión se atenuaba. Las herederas de las grandes fortunas podían incluso mejorar su estatus, pues recobraban el dominio sobre su patrimonio, que de casadas estaba en manos del marido.

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Esta dama aparece vestida de luto a la moda de 1880: gran polisón, sobrefalda recogida en complicados pliegues y abundancia de adornos, encajes y pasamanerías.

COMPLEMENTOS
La aplicación de cuellos, manteletas y chales de colores violeta o gris era el medio más común en el alivio del luto. Se trataba de hermosas piezas muy ricamente trabajadas, de encajes almidonados, lorzas y jaretas infinitesimales. También se usaban con este fin guantes de piel o mallas en vez de los de lana y sombrillas de colores suaves.

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EL ATUENDO DE LUTO
Para una viuda victoriana el luto se dividía en tres fases. El luto total duraba seis meses; el segundo luto, seis meses más y el alivio, la fase final, solía prolongarse tres meses más. Durante estos últimos, el luto se combinaba con gris, morado o violeta. En la primera fase del duelo sólo se podía lucir un único adorno: una hebilla de cinturón de acero bronceado. No obstante, y dada la duración de esta etapa, se permitía el uso de joyas, siempre que fueran de azabache u ónice, ambas piedras negras, así como de hebillas bronceadas. En el tiempo de alivio se introducían los diamantes y las hebillas plateadas.

LAS JOYAS
Una de las clases de joya más característicamente victorianas son las de significado sentimental y conmemorativo, las llamadas "in memoriam", es decir, en recuerdo de un ser querido. Estas joyas formaban parte del ritual del luto. Las más típicas eran los anillos de cabujón que podían abrirse y, en el interior, guardaban un mechón del cabello del desaparecido; los aros con las fechas del nacimiento y la muerte y piezas realizadas con cabellos trenzados del difunto. La elección de los materiales y colores debía seguir las normas de cada fase del luto.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • LA ESCLAVINA: estas elegantísimas capitas de encaje se contaban entre las escasas prendas de adorno que una viuda se podía permitir. Se colocaban encima de la chaqueta o del abrigo corto.
  • EL "RIDÍCULO": los pequeños bolsitos victorianos se llamaban "ridículos", palabra derivada de red, material del que estaban hechos los primeros modelos. Los que se realizaban para los atuendos de luto solían bordarse con minúsculas cuentas de azabache.
  • EL TRAJE DE SEDA: sólo las grandes damas llevaban encajes o seda en sus trajes de luto; las demás tenían que contentarse con tejidos de lana, muy poco atractivos, que les duraban años.

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