miércoles, 25 de junio de 2014

La dama

En la Europa victoriana ser una "dama" era la obligación de toda mujer y no era cuestión de dinero sino de modales. La mujer victoriana debía ser asimismo madre perfecta y esposa sumisa, ir siempre bien vestida, cuidar de su casa y de sus hijos y atender todas las necesidades de su esposo.

                                                   

Toda la vida de la niña y luego de la adolescente de la época victoriana se orientaba hacia un solo objetivo: hacer de ella una buena esposa y madre y ponerla en situación de manejar una casa con muchos sirvientes. Debía hacer frente a una intensa vida social propia de la época, sin que por ello la mujer adquiriera especial relevancia. En ningún caso podía trabajar; es más, se decía por aquel entonces que una dama se reconocía por sus manos finas y cuidadas.

Por lo demás, una dama victoriana debía estar bien educada. Aunque no se soportaba a las mujeres cultas (si lo eran, debían ocultarlo), era necesario que supieran algo de música, leer y escribir y conocer lo bastante la literatura del momento y las novedades culturales como para poder mantener una conversación social. No obstante, sus lecturas eran cuidadosamente supervisadas primero por su padre y luego por su esposo. Debía saber coser y bordar y, a pesar de que una dama no realizaba trabajos domésticos, debía conocerlos para poder dirigir su casa.

Como madre, la mujer victoriana cuidaba hasta el menor detalle en la educación de sus hijos pero las damas de buena posición disponían de niñera cuando los niños eran pequeños y de institutrices y preceptores que los educaran al hacerse mayores.

 
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Las damas de la buena sociedad victoriana se regían por un código de buenas maneras sumamente rígido y formalista, que debían poner en práctica tanto en público como en privado


BOLSOS, GUANTES Y ABANICOS
A finales de la época victoriana, los complementos se habían convertido en imprescindibles en el atuendo de una dama elegante. Y no sólo se trataba de joyas, aderezos para el pelo, prendedores o pieles; los auténticos protagonistas fueron los abanicos, los bolsos, los zapatos y las sombrillas. Para las noches de gala se llevaban unos bolsitos llamados "ridículos", preciosamente bordados en seda o terciopelo. Guantes y zapatos iban a juego con el traje y solían estar realizados en finísimo tafilete o en raso; los tacones eran siempre bajos y cómodos.

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LAS JOYAS DE FIN DE SIGLO
Hacia finales del siglo XIX hubo una fuerte reacción contra las recargadas joyas victorianas. Las damas comenzaron a adornarse con hermosas piezas inspiradas en la naturaleza y en formas vegetales y animales, como flores y libélulas, hechas de rubíes, diamantes y zafiros.

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Gargantillas en croissant y solitario, ambos de brillantes


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Este anillo reproduce una mariquita

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Flor hecha con rubíes tallados en cabujón


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Fantástico brillante "alado" en forma de pera


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Libélula de esmeraldas y brillantes engastados

CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • EL SOMBRERO: ninguna dama salía de casa sin sombrero o sin un tocado. Era signo de estatus social y su forma variaba según la moda y el vestido al que complementaba.
  • LAS MANGAS ABULLONADAS: este tipo de mangas se impuso en los atuendos de gala hacia 1870. Eran realmente vistosas; realzaban la figura y afinaban la silueta. 
  • LA FALDA: hasta los primeros años del siglo XX las faldas de las damas fueron amplias y vistosas. En 1859 se pusieron de moda los volantes, que podían ser numerosos y que se adornaban con cintas, bordados, pasamanerías, pedrerías y abalorios de todas las clases.
  • LA CRINOLINA: para sostener las faldas amplias y darles volumen se usaba una crinolina, que era un armazón de aros de acero sujetos con cintas y volantes. En la cintura se fijaban a un incomodísimo corsé.


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