En la Europa victoriana prevalecía la idea de que el hombre era más fuerte e inteligente que la mujer, por lo que le estaba reservado el dominio del mundo de la acción y las decisiones: viajes, descubrimientos, política, ciencia, arte... El espacio de la mujer era el hogar y ella debía someterse al varón. Alterar ese orden, decían entonces, era ir contra la ley de Dios y contra la naturaleza misma.
Entre los nobles, el varón era, además, el heredero de los títulos aristocráticos; entre la clase burguesa era el llamado a dirigir los negocios familiares y, en el caso de los profesionales liberales como abogados o médicos, se suponía que iba a seguir los pasos del padre y a dirigir, al faltar éste, su gabinete. Así pues, al varón le estaban reservados todos los recursos en materia de educación; era el hijo el que cursaba estudios secundarios y universitarios y el hecho de que alguna de las hijas fuera más inteligente o estuviera intelectualmente mejor dotada ni siquiera se tomaba en consideración.
El hecho de ser el sexo privilegiado de la época no eximía al varón de sus obligaciones y éstas no eran precisamente pocas ni fáciles de cumplir. Se esperaba de él que cumpliera sus deberes sin una queja; que protegiera a su esposa y sus hijos, que desempeñara el papel de padre de familia y esposo con toda dedicación y que los atendiera no sólo en el plano material sino también, y sobre todo, en el plano espiritual. Estaba mal visto que se divirtiera más de la cuenta y que le gustaran la bebida o el juego. El hombre de la era victoriana debía ser un dechado de virtudes, o por lo menos estaba obligado a aparentarlo.
Sin embargo, en aquella sociedad se alzaban voces contra esta manera de ocultar el verdadero ser de muchas personas en aras de las apariencias, de lo que se podría llamar hipocresía social. El movimiento romántico, por ejemplo, que promulgaba la búsqueda de la belleza y rechazaba lo vulgar, se rebelaba contra el cerrado ambiente de las familias victorianas y buscaba un mundo regido por los principios de la libertad individual.
La moda masculina victoriana no conoció grandes variaciones. La elegante levita fue la pieza estrella durante todo el siglo XIX. |
LA TOILETTE MASCULINA
La moda de llevar o no barba o perilla, así como las patillas más o menos largas, fue variando durante la época victoriana. Eso hizo que disponer de un buen juego de afeitar fuese imprescindible para la imagen de un caballero.
La navaja y el cepillo para las patillas no faltaban en el baño de un caballero. El segundo contaba con cintas afiladoras para mantener la navaja en perfecto uso |
Taza y brocha para el jabón. Algunos de estos juegos estaban ricamente realizados en plata e incluso en oro |
EL DANDISMO
El dandismo nació a principios del siglo XIX entre un grupo de jóvenes de la alta sociedad británica que acordaron mostrarse siempre vestidos con gran elegancia, con patronajes sencillos pero excelentemente confeccionados con tejidos de alta calidad. El dandismo, además de una estética del vestir, comportaba una actitud educada y culta y una postura ante la vida que nada tenía que ver con los sentimientos, pues sólo rendía culto a la belleza. Su principal impulsor fue George Brummel, llamado "Beau Brummel". No duró mucho; al final, hasta sus defensores cayeron en la extravagancia.
CUESTIÓN DE INDUMENTARIA (EN PRIVADO)
- EL FOULARD: en el siglo XIX, llevar un foulard al cuello cuando no se llevaba corbata (en el interior de las casas) era considerado como un signo de gran elegancia.
- LA CHAQUETA DE INTERIOR: para estar en casa, un caballero victoriano una chaqueta cruzada, que se ponía encima de la camisa y de los pantalones que llevaba con el traje de calle.
- LOS PANTALONES: la moda masculina del siglo XIX se decantó casi siempre por el pantalón en chimenea, más o menos estrecho según la época, pues el pantalón ancho se consideraba vulgar. Hasta mediados del siglo, se llevaba con una trabilla, que se pasaba por debajo de las botas o los botines.
- LAS BOTAS: este tipo de botas comenzó a hacerse popular a mediados del siglo XIX; en los años anteriores eran muy populares los botines, que se llevaban con polainas.
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