viernes, 27 de junio de 2014

La dama burguesa

Según la mentalidad burguesa de la Inglaterra victoriana, la casa era un recinto que protegía al individuo de la hostilidad del mundo exterior y en el que se escondía la sagrada vida privada. La dama burguesa era la reina de este mundo y como hacía pocos años que esta clase había adquirido riqueza y poder, era la encargada de tejer una red de relaciones sociales destinadas a alcanzar una alta posición en el universo social de la época.

                                                       

La primera tarea del día de una dama burguesa era atender la correspondencia. Todas las mañanas encontraba en su escritorio esquelas, invitaciones y felicitaciones; ella, entonces, las contestaba, aceptando personalmente las que creía convenientes. Un día a la semana recibía en su propia casa para el té con sus amistades o conocidas. La mayor parte de las noches asistía con su esposo a fiestas y bailes en las casas de socios y amigos y, en su momento, devolvía las invitaciones organizando un baile en su residencia. Esta intensa vida social desaparecía en cuanto la familia perdía su posición social por motivos económicos; las amistades desaparecían y las puertas de la sociedad se cerraban para la familia caída en desgracia.

Toda dama perteneciente a la burguesía acomodada disponía de un amplio guardarropa de día; los vestidos se confeccionaban con telas de seda y raso, adornadas con ribetes, volantes, flecos y cintas de seda. Las prendas de abrigo se hacían con telas gruesas como el velarte; en tiempos de la reina Victoria, que adoraba Escocia, se puso de moda el tartán (tela escocesa de cuadros). El estambre y el cheviot aparecieron hacia el final del siglo. Los complementos eran básicos en todo guardarropa: guantes, zapatos, orquillas, tocas, capotas y sombreros, ramilletes de flores secas y toda clase de bolsos y bolsitos.

La necesidad de las damas burguesas de parecerse lo más posible a las damas de la aristocracia activó el desarrollo de la moda femenina. Periódicamente, los creadores dictaban sus exigencias y las mujeres se esclavizaban gustosamente ciñéndose a ellas. En Paría aparecieron las primeras casas de alta costura; en una de ellas, la de Worth, se vestía la hermosa Eugenia de Montijo, esposa del emperador de Francia, Napoleón III, que fue la primera dama de la aristocracia en hacerse vestir por un modisto. Las burguesas seguían a las aristócratas en todo aquello que convenía aparentar socialmente, con lo que adoptaron también su escala de valores.

VESTIRSE DE ENCAJE
Hacia mediados del siglo XIX se pusieron de moda los trajes de encaje, aunque sólo los podían llevar las damas más ricas, pues eran piezas carísimas. Toda la tela estaba bordada a mano sobre tul. El más asombroso fue el que lució la emperatriz Eugenia con ocasión de la Exposición Universal de París de 1867. Era de encaje de Alençon y, para realizarlo, 40 mujeres habían trabajado durante siete años.

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LOS GUANTES
A partir de la Edad Media, los guantes se fueron imponiendo como signo de elegancia. Eran complemento imprescindible del vestuario de las damas victorianas; con los trajes de día los llevaban cortos y largos para los trajes de gala. Los guantes se hacían de piel, seda y encaje y se adornaban con pedrería y bordados de plata y oro. En los guantes de gala, la botonadura podía ser de plata o de perlas, a veces auténticas, aunque también se abrochaban con hebillas y cintas.

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LOS PERFUMES
Por extraño que pueda parecer, hasta mediados del siglo XIX los perfumes y fragancias fuertes servían para disimular la falta de higiene y los malos olores corporales; estas esencias se hacían a base de flores, hierbas aromáticas y productos exóticos como almizcle y ámbar. A finales de la centuria, el perfume elaborado sólo con flores pasó a formar parte de los tocadores más sofisticados. Para obtener un solo litro de esencia floral se necesitaban 3.000 kg de pétalos de flores.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • LA PAMELA: la pamela, vistosa y fácil de llevar, sustituyó a la capota hacia la última década del siglo XIX. Con ella, la cara de la dama quedaba más al descubierto, aunque a veces se completaba con finos velos.
  • MODA EDUARDIANA: a principios del siglo XX, las damas comenzaron a abandonar las rígidas chaquetillas victorianas por blusas de cuello alto y encaje, que sujetaban con finas ballenas. El cabellos a la moda iba recogido en un moño en la parte media de la cabeza y dejaba el cuello al descubierto.
  • FALDAS DE FIN DE SIGLO: antes de que terminara la era victoriana, las damas ya habían abandonado no sólo la crinolina sino también el polisón. Las nuevas faldas de fin de siglo eran casi rectas, un poco cargadas en la parte de atrás, con mucho cuerpo, que se sujetaban sobre enaguas almidonadas.

La dama viuda

Para una mujer victoriana, educada para ser esposa y madre, la viudez representaba una de las etapas más duras de la vida. No sólo tenía que soportar larguísimos periodos de luto sino también verse apartada de la vida social, a veces para siempre, pues sólo si quedaba en posición acomodada una viuda podía hallar un nuevo pretendiente y contraer otro matrimonio. Sin embargo, para las aristócratas significaba recobrar su libertad personal y el control de sus bienes y de los que podía heredar de su difunto esposo.

                                                       

La intensa religiosidad de que hacía gala la sociedad victoriana impregnó todos los aspectos de su vida cotidiana privada y colectiva, al igual que muchas manifestaciones artísticas de la época como la música o la poesía. La religión se mantenía sobre todo en torno al matrimonio y a la familia, por lo que afectaba también a todos los aspectos que llevaba aparejados la viudez.

En realidad, sólo las familias acomodadas eran capaces de soportar el gasto que representaba un luto llevado con todas las de la ley. Las grandes familias transmitían todo el ritual, la viuda se vestía con austera lana negra y sombreros con crespones. Éstos, el primer año, debían caer por la espalda hasta la parte de atrás de la rodilla y sólo después podían acortarse hasta la cintura. La viuda no salía de casa excepto para acudir al servicio religioso o visitar a sus familiares más cercanos; las fiestas y las reuniones sociales, hasta las más inocentes, terminaban para ella. Si era una dama de mediana edad, a partir de entonces sólo podía esperar ocuparse de sus hijos y de sus nietos y vivir así hasta que, a su vez, le llegara su hora. En las casas, todo el servicio se vestía también de luto y las puertas y ventanas permanecían cerradas, procurando a sus moradores el silencio absoluto.

De hecho, las grandes damas podían permitirse aliviar esta época tan triste. Si tenían dinero, podían viajar y, aunque no podían quitarse el luto, al menos cambiaban la monotonía por distracción. Podían vestirse de seda y emplear joyas y encajes, con lo que su depresión se atenuaba. Las herederas de las grandes fortunas podían incluso mejorar su estatus, pues recobraban el dominio sobre su patrimonio, que de casadas estaba en manos del marido.

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Esta dama aparece vestida de luto a la moda de 1880: gran polisón, sobrefalda recogida en complicados pliegues y abundancia de adornos, encajes y pasamanerías.

COMPLEMENTOS
La aplicación de cuellos, manteletas y chales de colores violeta o gris era el medio más común en el alivio del luto. Se trataba de hermosas piezas muy ricamente trabajadas, de encajes almidonados, lorzas y jaretas infinitesimales. También se usaban con este fin guantes de piel o mallas en vez de los de lana y sombrillas de colores suaves.

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EL ATUENDO DE LUTO
Para una viuda victoriana el luto se dividía en tres fases. El luto total duraba seis meses; el segundo luto, seis meses más y el alivio, la fase final, solía prolongarse tres meses más. Durante estos últimos, el luto se combinaba con gris, morado o violeta. En la primera fase del duelo sólo se podía lucir un único adorno: una hebilla de cinturón de acero bronceado. No obstante, y dada la duración de esta etapa, se permitía el uso de joyas, siempre que fueran de azabache u ónice, ambas piedras negras, así como de hebillas bronceadas. En el tiempo de alivio se introducían los diamantes y las hebillas plateadas.

LAS JOYAS
Una de las clases de joya más característicamente victorianas son las de significado sentimental y conmemorativo, las llamadas "in memoriam", es decir, en recuerdo de un ser querido. Estas joyas formaban parte del ritual del luto. Las más típicas eran los anillos de cabujón que podían abrirse y, en el interior, guardaban un mechón del cabello del desaparecido; los aros con las fechas del nacimiento y la muerte y piezas realizadas con cabellos trenzados del difunto. La elección de los materiales y colores debía seguir las normas de cada fase del luto.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • LA ESCLAVINA: estas elegantísimas capitas de encaje se contaban entre las escasas prendas de adorno que una viuda se podía permitir. Se colocaban encima de la chaqueta o del abrigo corto.
  • EL "RIDÍCULO": los pequeños bolsitos victorianos se llamaban "ridículos", palabra derivada de red, material del que estaban hechos los primeros modelos. Los que se realizaban para los atuendos de luto solían bordarse con minúsculas cuentas de azabache.
  • EL TRAJE DE SEDA: sólo las grandes damas llevaban encajes o seda en sus trajes de luto; las demás tenían que contentarse con tejidos de lana, muy poco atractivos, que les duraban años.

La joven casadera

En la vida de una joven de la época victoriana la entrada en sociedad marcaba los comienzos de su vida adulta. Para ese momento se preparaba durante mucho tiempo, pues toda su educación anterior estaba dirigida al que era el único objetivo de la vida de una mujer de entonces: encontrar un buen marido. En cuanto iniciaba su vida social, una chica se convertía en "joven casadera" y ella y su madre buscaban al que iba a ser el hombre de su vida entre los miembros de las familias ricas y distinguidas.


                                                     


En las familias victorianas de la aristocracia y de la burguesía se concedía un gran interés a la educación intelectual de las chicas, pero no se trataba de fomentar sus capacidades sino de dotarlas de un barniz cultural que les permitiera brillar en sociedad para orgullo de su futuro esposo. Y es que todo lo que una madre victoriana enseñaba a su hija podía resumirse en tres puntos: cómo pescar un buen partido, cómo ser una buena esposa y cómo regentar una casa.

De niñas, las chicas eran sometidas al tormento de los aparatos correctores de sus defectos físicos como los que modelaban la nariz o el mentón, de durísimo cuero y a una educación destinada a enseñarlas a moverse con elegancia: andaban con un libro en la cabeza, aprendían a bailar y a saludar a sus mayores con una reverencia, a no sentarse jamás apoyándose en el respaldo de una silla y a resistir dentro de un rígido corsé de ballenas.

Las chicas aprendían que para conquistar a un hombre debían mostrarse pudorosas y tímidas, disimular su inteligencia, darle al varón la razón en todo y alabar sus cualidades aunque fueran muy inferiores a las suyas. Sabían, asimismo, que en una fiesta o en un banquete una dama no podía mostrar buen apetito, pues en la mujer victoriana se valoraba la debilidad y la consiguiente necesidad de ser protegida por el varón. Así, de una chica casadera se esperaba que pusiera a contribución toda la panoplia de enseñanzas maternas, tan importantes como la belleza para encontrar, gracias a una buena boda, su lugar en la sociedad.

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Aunque una joven podía llevar mucho tiempo viéndose con un joven en el parque o en reuniones sociales, era obligatorio que el muchacho visitase al padre de su enamorada para solicitar su permiso si quería formalizar las relaciones.

LA PUESTA DE LARGO
Uno de los actos preferidos por las clases altas europeas era la puesta de largo o presentación en sociedad de las muchachas cuando cumplían 18 años. Este evento les ofrecía la posibilidad de relacionarse con las familias adecuadas con vistas a contraer un matrimonio. En Gran Bretaña, la puesta de largo tenía lugar durante la temporada londinense; las debutantes solían vestir de blanco, con trajes vaporosos de tul y organdí y pendientes y collares de perlas de Madrás. Llevaban un carnet de baile, donde anotaban las peticiones de sus jóvenes pretendientes, aunque era costumbre que las chicas concedieran el primer baile a su padre o a su hermano mayor. La velada transcurría bajo la escrutadora mirada de las damas de la buena sociedad, las únicas que podían aprobar el comportamiento de las muchachas jóvenes.

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EL LENGUAJE DEL ABANICO
El abanico, accesorio imprescindible de la "toilette" de gala y que en los bailes iba acompañado de un ramillete de flores, era un elemento primordial del ritual del cortejo y disfrutó de una gran popularidad entre las muchachas desde el siglo XVIII. El lenguaje amoroso del abanico era aun tanto ingenuo pero efectivo; por ejemplo, si la joven lo movía con rapidez y audacia, el pretendiente podía sentirse estimulado a establecer el contacto personal. La forma de abrirlo o cerrarlo, de disimular un bostezo, de usarlo para ocultar la cara en el momento de las confidencias o de dejarlo caer a fin de que el joven elegido lo recogiera eran parte de un juego que todas las muchachas conocían y dominaban a la perfección.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • EL PEINADO: las muchachas victorianas se recogían el cabello obligatoriamente a los dieciocho años pero se permitían moños, tirabuzones y postizos, sobre todo en los peinados de gala.
  • FLORES Y LAZOS: aunque era costumbre que las muchachas llevaran a su primer baile un bouquet de flores naturales, en sus trajes de baile no faltaban los ramilletes hechos con flores y cintas de seda, primorosamente confeccionados.
  • EL TRAJE DE BAILE: organdí, tul, seda y cascadas de encaje: he aquí algunos de los materiales que más se empleaban para el traje de baile que la muchacha elegía para su puesta de largo y que era el más importante de su vida.

jueves, 26 de junio de 2014

El aristócrata


                                                          

En la Gran Bretaña victoriana la aristocracia era la clase social que dominaba todos los resortes del poder. Sus miembros se educaban en los colegios y universidades más selectos, pues no sólo se esperaba de ellos que administraran las grandes fincas que aseguraban la riqueza de la Inglaterra rural, sino que de sus filas surgieran los prohombres dedicados a las finanzas y a la política. Desde el punto de vista económico, sin embargo, en el siglo XIX comenzaron a verse superados por algunas fortunas procedentes del comercio o de la industria pero sin que ello significara ser desplazados del liderazgo social.

                                        

La aristocracia victoriana estaba compuesta por los pares, la clase más alta, y la "gentry" o baja aristocracia. Los pares formaban la nobleza de sangre: duques, marqueses, condes, vizcondes y barones: unas 400 familias en total que tenían, y todavía tienen, asiento hereditario en la Cámara de los Lores del Parlamento británico. La "gentry", por su parte, acogía unas 10.000 familias de diversa condición: pequeños hacendados o clérigos, profesionales, oficiales retirados y comerciantes. Sus miembros ejercían como jueces de paz, presidían los organismos de la administración local en el medio rural, donde eran objeto de la máxima consideración. Pero los pares eran quienes concentraban todo el poder y la influencia política y social.

Los aristócratas ingleses poseían el 80% de la tierra productiva del reino; eran, por tanto, muy ricos, además de influyentes y políticamente poderosos. Sólo el hijo varón primogénito podía heredar el título y las tierras anejas, lo que impedía la dispersión de la hacienda familiar pero no dejaba lugar a la pequeña propiedad libre. A pesar de la importancia de las posesiones rurales, los aristócratas residían en ellas sólo durante el verano, pues en invierno se dedicaban a lo que los cronistas sociales llamaban "la temporada londinense", una autentica sucesión de bailes y diversiones. En cuanto a los segundones de las familias, quedaban condenados al ejército, la Iglesia o los altos cargos de la administración civil, lo que contribuyó a que la aristocracia controlara también los cuadros de mando de los ejércitos y las jerarquías eclesiásticas.

A lo largo de lo tiempos, la aristocracia terminó por consolidar un código ético que establecía pautas en su modo de vida y que la sociedad consideraba ejemplar; de manera que la burguesía aceptó su sistema de valores como signo de distinción. No tardó, sin embargo, en aportar los suyos propios, en particular con todo lo relacionado con el mérito del trabajo y la promoción individual, valores que a aquella le eran ajenos. En efecto, con independencia de la política y del cuidado de sus propiedades, la vida de los aristócratas giraba en torno a sus propios intereses y aficiones, que podían abarcar los más variados campos: literatura, gabinetes de curiosidades, coleccionismo, estudios científicos o viajes.

LA VIDA RURAL
La vida en el campo estaba muy lejos de resultar aburrida para la aristocracia británica. La caza constituía uno de los deportes más practicados, sobre todo las partidas de caza del zorro, aunque en realidad se practicaba sobre todas las especies de manera indiscriminada. La aristocracia detentaba en exclusiva este derecho, lo cual resultó ser una importante fuente de conflictos sociales. La pasión de los ingleses por las armas de fuego desarrolló una industria de gran fama; de la misma manera, las razas insulares de perros, como el setter irlandés o el pointer, se convirtieron en las preferidas de los cazadores de todo el mundo.

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LAS MANSIONES URBANAS
La aristocracia solía diversificar sus inversiones, por lo que era propietaria de algunos de los inmuebles más importantes de Londres. La mayor parte de ellos estaban en barrios exclusivos y elegantes; solían ocupar la planta baja y los dos primeros pisos, mientras que el servicio se alojaba en las buhardillas. En algunas casas las damas disponían de salones para el té y los caballeros, de espacios reservados al juego en los que se reunían los amigos para fumar.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • EL CHALECO DE SEDA: los aristócratas empleaban la seda para su vestuario casi tanto como las damas. El chaleco de este material, liso o bordado, daba lustre a los severos paños ingleses, de gran sobriedad.
  • LA CHAQUETA: a mediados del siglo XIX, las chaquetas masculinas comenzaron a acortar los faldones y a abrocharse más cerca de la cintura, lo que las convirtió en prendas más cómodas.
  • LOS TEJIDOS DE MUESTRA: el tweed, el ojo de perdiz y otros tejidos de muestra, que se usaban también combinados con tejidos lisos, fueron algunas de las estrellas de la moda inglesa a partir de la década de 1870.

La aristócrata

La aristocracia inglesa victoriana era la más poderosa, rica e influyente de Europa, a pesar de lo cual las mujeres de esta case social, que en aquella época concentraba poder y riquezas, estaban apartadas de la vida pública, a no ser por las funciones de mera representación social. Quizá por eso las grandes damas se convirtieron en las auténticas dictadoras de las altas esferas inglesas y aunque socialmente no eran tan relevantes como sus maridos, ellas decidían quién era o no era digno de pertenecer a su selectivo círculo de amistades.

                                                       

Ni siquiera las damas de la alta nobleza victoriana escapaban a ser consideradas socialmente inferiores a sus maridos. Dejaban la dirección y el cuidado de sus asuntos domésticos en manos de mayordomos, amas de llaves y sirvientes para dedicarse al ocio, las labores de bordado, los paseos y la asistencia a actos culturales y sociales como representaciones teatrales o exposiciones de arte. Incluso las grandes damas estaban apartadas de los ámbitos públicos de decisión; en la vida doméstica, donde imperaba la estricta división de funciones entre hombres y mujeres, ellas se dedicaban a la educación de los hijos varones cuando eran pequeños y sólo de las chicas más tarde, pues los muchachos salían pronto del ámbito materno para ingresar en internados y colegios.

Los matrimonios solían concertarse según la conveniencia de las familias, razón por la cual en el código de la aristocracia se daban por descontadas las aventuras extramatrimoniales; sin embargo, las damas debían llevarlas con total discreción. De lo contrario, podían acarrear para si el deshonor y el ostracismo social.

El lustre de una dama de la aristocracia, sin embargo, siempre dependía del estatus social de su marido; ellas no podían ser las herederas de los títulos nobiliarios ni de las propiedades que solían ir vinculados a ellos y cuando contraían matrimonio, era el esposo quien administraba y controlaba su dote y su herencia familiar. Mas las cosas podían ser distintas si se trataba de las hijas de familias de rango y prestigio social o de tradición política; éstas no solían dejarse someter tan fácilmente y llegaban a influir en las actividades de sus maridos.

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A mediados del siglo XIX en los trajes femeninos predominaban las amplias crinolinas y miriñaques; luego aparecieron los polisones. Pero hacia finales de la centuria hacía furor la larga cola, en la que se recogía armoniosamente el vuelo de la falda. La cola se llevaba incuso en los vestidos de mañana y en los de noche era símbolo de distinción, compitiendo las damas por su longitud.

LOS TOCADOS
La austeridad marcaba la moda de mediados del siglo XIX. Los peinados femeninos eran sencillos, ya que iban cubiertos por capotas y otros tipos de sombreros y tocados, a los que las damas concedían gran importancia como complementos del vestido. A finales del siglo, las capotas pasaron de moda y cedieron el protagonismo a sombreritos diminutos que se colocaban en equilibrio sobre los tirabuzones o los moños postizos.

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LA TOILETTE
La complicación de los trajes y de las prendas de ropa interior que llevaban las mujeres victorianas era enorme: los aros del miriñaque, varias capas de enaguas, crinolinas y polisones, además de los corsés y las medias, que sujetaban con cintas, ojales y corchetes. Ninguna dama era capaz de vestirse por sí sola, sin ayuda de una o varias doncellas y en ocasión de gala el arreglo femenino podía necesitar varias horas. El corsé era especialmente complicado, pues debía marcar el talle muy fino y dar volumen al busto y a las caderas. A veces, la dama se tumbaba en el suelo mientras que una doncella le ponía un pie en la espalda para poder tirar con más fuerza de las cintas.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA (DE GALA)
  • EL TOCADO: una verdadera dama jamás prescindía del tocado: plumas y broches enjoyados para la noche, capotas y sombreros para los atuendos de día.
  • LAS JOYAS: el oro y las piedras preciosas eran como un indicador del poder de una dama de la aristocracia. Algunas lucían aderezos que llevaban en las familias generaciones enteras, auténticas joyas históricas de colección.
  • EL TRAJE DE GALA: el atuendo propio para la ópera, el teatro o los bailes era rico y sofisticado. Para su confección se empleaban lujosas telas, sobre todo sedas de China y de Francia así como terciopelos y damascos.



El caballero

En la Europa victoriana prevalecía la idea de que el hombre era más fuerte e inteligente que la mujer, por lo que le estaba reservado el dominio del mundo de la acción y las decisiones: viajes, descubrimientos, política, ciencia, arte... El espacio de la mujer era el hogar y ella debía someterse al varón. Alterar ese orden, decían entonces, era ir contra la ley de Dios y contra la naturaleza misma.


                                                 

Entre los nobles, el varón era, además, el heredero de los títulos aristocráticos; entre la clase burguesa era el llamado a dirigir los negocios familiares y, en el caso de los profesionales liberales como abogados o médicos, se suponía que iba a seguir los pasos del padre y a dirigir, al faltar éste, su gabinete. Así pues, al varón le estaban reservados todos los recursos en materia de educación; era el hijo el que cursaba estudios secundarios y universitarios y el hecho de que alguna de las hijas fuera más inteligente o estuviera intelectualmente mejor dotada ni siquiera se tomaba en consideración.

El hecho de ser el sexo privilegiado de la época no eximía al varón de sus obligaciones y éstas no eran precisamente pocas ni fáciles de cumplir. Se esperaba de él que cumpliera sus deberes sin una queja; que protegiera a su esposa y sus hijos, que desempeñara el papel de padre de familia y esposo con toda dedicación y que los atendiera no sólo en el plano material sino también, y sobre todo, en el plano espiritual. Estaba mal visto que se divirtiera más de la cuenta y que le gustaran la bebida o el juego. El hombre de la era victoriana debía ser un dechado de virtudes, o por lo menos estaba obligado a aparentarlo.

Sin embargo, en aquella sociedad se alzaban voces contra esta manera de ocultar el verdadero ser de muchas personas en aras de las apariencias, de lo que se podría llamar hipocresía social. El movimiento romántico, por ejemplo, que promulgaba la búsqueda de la belleza y rechazaba lo vulgar, se rebelaba contra el cerrado ambiente de las familias victorianas y buscaba un mundo regido por los principios de la libertad individual.

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La moda masculina victoriana no conoció grandes variaciones. La elegante levita fue la pieza estrella durante todo el siglo XIX.
LA TOILETTE MASCULINA
La moda de llevar o no barba o perilla, así como las patillas más o menos largas, fue variando durante la época victoriana. Eso hizo que disponer de un buen juego de afeitar fuese imprescindible para la imagen de un caballero.

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La navaja y el cepillo para las patillas no faltaban en el baño de un caballero. El segundo contaba con cintas afiladoras para mantener la navaja en perfecto uso

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Taza y brocha para el jabón. Algunos de estos juegos estaban ricamente realizados en plata e incluso en oro
EL DANDISMO
El dandismo nació a principios del siglo XIX entre un grupo de jóvenes de la alta sociedad británica que acordaron mostrarse siempre vestidos con gran elegancia, con patronajes sencillos pero excelentemente confeccionados con tejidos de alta calidad. El dandismo, además de una estética del vestir, comportaba  una actitud educada y culta y una postura ante la vida que nada tenía que ver con los sentimientos, pues sólo rendía culto a la belleza. Su principal impulsor fue George Brummel, llamado "Beau Brummel". No duró mucho; al final, hasta sus defensores cayeron en la extravagancia.

                                                       

CUESTIÓN DE INDUMENTARIA (EN PRIVADO)
  • EL FOULARD: en el siglo XIX, llevar un foulard al cuello cuando no se llevaba corbata (en el interior de las casas) era considerado como un signo de gran elegancia.
  • LA CHAQUETA DE INTERIOR: para estar en casa, un caballero victoriano una chaqueta cruzada, que se ponía encima de la camisa y de los pantalones que llevaba con el traje de calle.
  • LOS PANTALONES: la moda masculina del siglo XIX se decantó casi siempre por el pantalón en chimenea, más o menos estrecho según la época, pues el pantalón ancho se consideraba vulgar. Hasta mediados del siglo, se llevaba con una trabilla, que se pasaba por debajo de las botas o los botines. 
  • LAS BOTAS: este tipo de botas comenzó a hacerse popular a mediados del siglo XIX; en los años anteriores eran muy populares los botines, que se llevaban con polainas.

Los niños

En la sociedad victoriana los hijos se convirtieron en el centro de atención de la familia y eran objeto de todo tipo de cuidados. El interés de aristócratas y burgueses por conseguir mayor intimidad llegó a modificar los planos de las viviendas tradicionales, pues el hecho de que los niños dispusieran de espacios propios como la sala de juegos o de estudio o de una "nursery" demostraba una nueva concepción de la casa como espacio destinado a la vida doméstica. 

                                                     

A pesar de estos espacios independientes dedicados a la vida de los niños las casas victorianas se veían constantemente invadidas por la presencia de los pequeños durante sus juegos sin que los padres pusieran reparo alguno. Y sin embargo, la educación de los niños era muy estricta. Para empezar, se levantaban muy temprano, pues la pereza se consideraba uno de los vicios más funestos. Así, cenaban y se acostaban antes que los adultos y se perdían todas las veladas pero solían levantarse por la noche para curiosear en las actividades de sus mayores.

Los preceptos morales de la época afirmaban que las habitaciones de los niños no debían ser demasiado cómodas para evitar las enfermedades y la molicie pero los padres procuraban a sus hijos todo el bienestar posible. Los dormitorios estaban empapelados en colores alegres de motivos florales y las habitaciones de juego, que sólo los niños de clases acomodadas podían tener, estaban equipadas con los mejores juguetes: teatrillos, muñecas, disfraces, cocinas, libros de cuentos y juegos de mesa.

Entre los espacios dedicados a los niños también se encontraba el cuarto de estudios, pues los niños de las familias aristocráticas o de la alta burguesía recibían instrucción en su propia casa con preceptores e institutrices para los niños y las niñas, ya que unos y otros recibían una educación muy distinta.

Los padres victorianos ocultaban a sus hijos los aspectos más desagradables de la vida, de manera que la infancia, en aquella época, era un tiempo de inocencia y felicidad. Los niños debían ser sumisos y obedientes con sus padres y maestros, pues la rebeldía era lo único que no podía tolerarse en un niño.

LA CANASTILLA DEL BEBÉ
La ropa del bebé la preparaba la madre con esmero desde que sabia que iba a nacer. La pieza más suntuosa era el traje de bautizo, de fina muselina con encajes y rasos, que se usaba en la familia durante generaciones.

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LA NURSE
La nurse, la niñera del bebé, se convirtió en uno de los auténticos prototipos de la vida victoriana, el paradigma de la entrega de la sociedad a la infancia. Llevaba un traje parecido al de una enfermera, se cubría la cabeza con un gorro de tela fina rematado con un lazo y ofrecía una imagen totalmente respetable mientras empujaba el cochecito del bebé por las calles y las plazas de las ciudades. Su mayor gozo era que "sus niños" fueran los mejor cuidados y vestidos del vecindario. Aunque solían abandonar la casa cuando los chicos crecían, muchas permanecían con las familias y ejercían de niñeras de los hijos de las mismas niñas a las que habían cuidado.

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Durante el reinado de Victoria I de Inglaterra y hasta 1860 la fabricación en serie de juguetes alcanzó su apogeo. La demanda era enorme, pues, al abaratarse los precios, muchos chiquillos pudieron comprarse los objetos que tanto anhelaban.

CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • EL TRAJE DE LAS NIÑAS: a partir de la época victoriana, los trajes de las niñas evolucionaron desde las faldas a media pierna, con pantalones debajo, hasta las faldas cortas.
  • EL TRAJE DE LOS NIÑOS: para los chicos era costumbre combinar pantalones muy sobrios con blusas con encajes muy vistosas. Los pantalones bombachos se llevaban hasta los 14 años.

miércoles, 25 de junio de 2014

El mayordomo

El mayordomo era el personaje principal del servicio de una casa victoriana, después del ama de llaves o en parangón con ésta. Era preciso que fuera una persona educada y de modales perfectos, por lo que era complicado encontrar profesionales de primera fila. Por eso, este tipo de servidores solían pasar de una a otra casa provistos de referencias, sin las cuales nadie los hubiera contratado; aunque en muchas ocasiones envejecían con la familia.

Para un caballero tener mayordomo era el principal signo de estatus social, pues sólo las grandes casa podían permitírselo. El mayordomo hacía funcionar la enorme maquinaria de la casa y a veces no sólo en el aspecto doméstico. En efecto, en las grandes propiedades el mayordomo se encargaba también de la relación del amo con los colonos o arrendatarios de sus tierras. Era la mano derecha de su señor.

Para llegar a ser mayordomo había que ejercitar un aprendizaje que duraba años, a veces décadas. En las grandes mansiones, algunas de las cuales tenían hasta cien habitaciones, existía el primer, segundo y tercer mayordomo, escalafón inmensamente riguroso que los sirvientes jamás se saltaban, pues eran muy celosos de su rango.

El mayordomo se encargaba de numerosísimas tareas. Por la mañana revisaba la casa, subía el periódico y el correo a su señor, se reunía con la cocinera y el ama de llaves para distribuir el trabajo del día, se cuidaba de que las luces estuvieran encendidas y provistas de combustible, mantenía la calefacción en marcha, recibía a las visitas, etc. Era deber suyo, asimismo, atender la mesa a la hora de las comidas y coordinar el resto del servicio, pues la cocinera sólo aparecía en el comedor al final de la comida si los señores consideraban que su trabajo merecía ser elogiado.

Cuando los señores daban una fiesta, el mayordomo se encargaba de que todo funcionara a la perfección. Era también el hombre de confianza del amo en el cuidado y control de la bodega: los vinos jamás se dejaban en manos de la cocinera.

LOS UNIFORMES DE SERVICIO EN LAS GRANDES CASAS
Algunos miembros del servicio de las grandes casas victorianas iban uniformados con los colores heráldicos de la familia. Estos uniformes distintivos eran la librea y el traje de los pajes. La librea era el conjunto formado por una chaqueta larga y un chaleco y se llevaba con calzón corto y medias; era el traje de mayordomos, lacayos y cocheros. Los pajes eran muchachos jóvenes cuyo estatus estaba un poco por encima del de los criados; vestían una chaqueta corta hasta la cintura con triple hilera de botones y pantalones con una franja roja a los costados.

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El mayordomo desciende la impresionante escalera de Carlton House, la residencia londinense del príncipe regente, situada en St. James Park y propiedad de la Corona británica.
LA ETIQUETA DEL SERVICIO EN LA MESA
La estructura del servicio victoriano reflejaba los mismos conceptos de jerarquía y respeto que regían la vida de los señores. Así pues, en la mesa ocupaban las cabeceras los miembros del servicio de mayor categoría y los demás se sentaban correspondiendo a un determinado orden.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • LA CORBATA DE LAZO: era más práctica que la de plastrón y se convirtió en característica del uniforme del servicio masculino en las mansiones victorianas.
  • EL CHALECO A RAYAS: esta pieza era obligatoria en el uniforme de diario de los mayordomos, que la cambiaban por otra negra o de un color liso en las ocasiones de gala.
  • EL TRAJE: los hombres que se dedicaban al servicio doméstico solían ocupar la cumbre de la jerarquía y sus ropas eran de paño de lana de muy buena calidad. Su adquisición corría siempre a cargo de los señores de la casa, pues el aspecto del servicio decía mucho de la manera como una señora llevaba su casa.
  • LOS ZAPATOS: el calzado de un mayordomo tenía que estar siempre limpio y brillante como el de un militar. Los zapatos eran de cuero fuerte, capaz de soportar sin deteriorarse las largas jornadas de trabajo.

La dama

En la Europa victoriana ser una "dama" era la obligación de toda mujer y no era cuestión de dinero sino de modales. La mujer victoriana debía ser asimismo madre perfecta y esposa sumisa, ir siempre bien vestida, cuidar de su casa y de sus hijos y atender todas las necesidades de su esposo.

                                                   

Toda la vida de la niña y luego de la adolescente de la época victoriana se orientaba hacia un solo objetivo: hacer de ella una buena esposa y madre y ponerla en situación de manejar una casa con muchos sirvientes. Debía hacer frente a una intensa vida social propia de la época, sin que por ello la mujer adquiriera especial relevancia. En ningún caso podía trabajar; es más, se decía por aquel entonces que una dama se reconocía por sus manos finas y cuidadas.

Por lo demás, una dama victoriana debía estar bien educada. Aunque no se soportaba a las mujeres cultas (si lo eran, debían ocultarlo), era necesario que supieran algo de música, leer y escribir y conocer lo bastante la literatura del momento y las novedades culturales como para poder mantener una conversación social. No obstante, sus lecturas eran cuidadosamente supervisadas primero por su padre y luego por su esposo. Debía saber coser y bordar y, a pesar de que una dama no realizaba trabajos domésticos, debía conocerlos para poder dirigir su casa.

Como madre, la mujer victoriana cuidaba hasta el menor detalle en la educación de sus hijos pero las damas de buena posición disponían de niñera cuando los niños eran pequeños y de institutrices y preceptores que los educaran al hacerse mayores.

 
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Las damas de la buena sociedad victoriana se regían por un código de buenas maneras sumamente rígido y formalista, que debían poner en práctica tanto en público como en privado


BOLSOS, GUANTES Y ABANICOS
A finales de la época victoriana, los complementos se habían convertido en imprescindibles en el atuendo de una dama elegante. Y no sólo se trataba de joyas, aderezos para el pelo, prendedores o pieles; los auténticos protagonistas fueron los abanicos, los bolsos, los zapatos y las sombrillas. Para las noches de gala se llevaban unos bolsitos llamados "ridículos", preciosamente bordados en seda o terciopelo. Guantes y zapatos iban a juego con el traje y solían estar realizados en finísimo tafilete o en raso; los tacones eran siempre bajos y cómodos.

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LAS JOYAS DE FIN DE SIGLO
Hacia finales del siglo XIX hubo una fuerte reacción contra las recargadas joyas victorianas. Las damas comenzaron a adornarse con hermosas piezas inspiradas en la naturaleza y en formas vegetales y animales, como flores y libélulas, hechas de rubíes, diamantes y zafiros.

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Gargantillas en croissant y solitario, ambos de brillantes


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Este anillo reproduce una mariquita

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Flor hecha con rubíes tallados en cabujón


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Fantástico brillante "alado" en forma de pera


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Libélula de esmeraldas y brillantes engastados

CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • EL SOMBRERO: ninguna dama salía de casa sin sombrero o sin un tocado. Era signo de estatus social y su forma variaba según la moda y el vestido al que complementaba.
  • LAS MANGAS ABULLONADAS: este tipo de mangas se impuso en los atuendos de gala hacia 1870. Eran realmente vistosas; realzaban la figura y afinaban la silueta. 
  • LA FALDA: hasta los primeros años del siglo XX las faldas de las damas fueron amplias y vistosas. En 1859 se pusieron de moda los volantes, que podían ser numerosos y que se adornaban con cintas, bordados, pasamanerías, pedrerías y abalorios de todas las clases.
  • LA CRINOLINA: para sostener las faldas amplias y darles volumen se usaba una crinolina, que era un armazón de aros de acero sujetos con cintas y volantes. En la cintura se fijaban a un incomodísimo corsé.


La criada

En las mansiones victorianas convivían un respetable número de criadas, algunas de las cuales comenzaban el servicio a los doce años. Entre ellas existía una jerarquía que se reflejaba en su atuendo. El puesto más elevado lo ocupaba la primera doncella, siempre al servicio personal de la señora. Estaba de moda que estas chicas fueran francesas, pues se suponía que entendían mucho de moda y asuntos de belleza; vestían un pulcro uniforme y delantales con encajes.

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El número de sirvientes y la categoría del personal del servicio de una casa victoriana dependía de la posición social de la familia, pues tener muchos criados era uno de los signos más visibles de un buen nivel de vida y posición social. Cuando disponía de mayordomo, doncella, criada, cocinera y niñera para sus hijos, una esposa podía liberarse de la rutina doméstica y llevar una vida ociosa y de representación social.

Para servir de doncellas en una gran casa se elegían chicas educadas y que supieran leer y escribir. A veces procedían de un hospicio y pasaban la vida en casa de los señores, que las tutelaban hasta el momento de su matrimonio. Pero carecían de vida privada, pues no tenían casa propia ni espacio para la intimidad, por lo que era habitual que muchas se quedaran solteras. Así pues, vivían recluidas en las dependencias del servicio, pero disponían de un día libre para salir.

Las muchachas compartían con los otros criados la antecocina o la sala para la servidumbre, así como las habitaciones, pues sólo el personal de servicio que ocupaba la escala social más alta, como el mayordomo o el ama de llaves, podía disponer de habitación privada. Los dormitorios de las sirvientas estaban situados en las buhardillas de las casas.

Los puestos más bajos de las servidumbre los ocupaban las mozas, encargadas de los trabajos más duros como acarrear el carbón y el agua, limpiar los fogones o desinfectar los sótanos de la casa. Entre sus innumerables obligaciones se contaban despabilar las velas y cambiar el aceite de los quinqués. Debían comportarse muy bien y cuidar mucho sus modales si querían permanecer con una misma familia y ascender en su oficio.

LOS COMPLEMENTOS DE GALA
Los puños y los cuellos de encaje, que se confeccionaban a juego, podían ser lisos o almidonados o ir adornados con profusión de puntillas y encajes. Los más sencillos eran de batista o de popelín, tejidos buenos y no muy caros que solían adornarse con vainicas y jaretas. Cuellos y puños debían estar siempre muy limpios, sobre todo porque destacaban en el traje negro que llevaban las sirvientas y amas de llaves; por eso se quitaban del vestido para ser lavados con frecuencia.
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Los cuellos rizados con encaje eran muy populares
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Los puños se confeccionaban a juego con el cuello
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Pero a diario se usaban cuellos de tela sencilla
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Las vainicas se aplicaban como adorno

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El delantal podía ser una verdadera obra de arte del bordado

LAS COFIAS
Durante muchos siglos la palabra "cofia" había designado tanto a la red que sujetaba el cabello como a un gorro de lino, velo o cualquier otra tela fina que se ataba bajo la barbilla. En el siglo XV el mismo vocablo aludía a un tocado femenino en concreto, el que se confeccionaba con lino y recibía diferentes nombres: capelo, capillejo, escofión o garvín. Para las chicas de servicio su uso era obligatorio; comenzaron a no prescindir de ella en ningún caso por razones de higiene, sobre todo si se trataba de muchachas que servían en la cocina, pero más tarde la emplearon para dar imagen de respetabilidad. Cuando tenían que realizar trabajos sucios, la cambiaban por una pañoleta.

                                         
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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • LA COFIA: se usaba como signo de respetabilidad, sobre todo en las jóvenes; era blanca y solía ir adornada con encajes y cintas.
  • EL CUELLO DE ENCAJE: a juego con la cofia, el cuello de encaje era el toque elegante del traje de la sirvienta. Se llevaba con ropa de todo tipo de colores.
  • EL VESTIDO: los vestidos de las chicas de servicio eran cómodos y prácticos para que facilitaran su trabajo. Las faldas eran de mucho vuelo, lo que conseguían con refajos y enaguas.
  • EL DELANTAL: casi siempre era blanco y más o menos lujoso según la ocasión; los días de fiesta o para servir una mesa de gala se usaban delantales de batista adornados con encajes.

viernes, 20 de junio de 2014

La joven romántica

En el tránsito de la niñez a la adolescencia se producía entre las jovencitas un cambio de gustos e intereses. Confinadas a los salones de sus casas, con una vida social limitada a lo que sus madres decidieran, las jóvenes románticas de la época victoriana se pasaban la vida anhelando situaciones a las que no podían llegar y cosas cuya posesión les estaba vedada. Así, buscaban una libertad ficticia en los libros y en sus sueños más íntimos.

En las primeras décadas del siglo XIX tomó cuerpo un prototipo femenino que se difundió con enorme éxito, sobre todo entre la clase burguesa: la figura de la adolescente definida como "mirlo blanco". Siempre vestida de colores puros, candorosa y virginal, este tipo de jovencita constituía la tranquilizadora imagen de la futura madre y esposa modelo que tanto amaban los hombres victorianos.

La educación de las jóvenes de la época se regía por un increíble número de prohibiciones, la mayor de las cuales era la de expresar sus sentimientos y deseos; por tanto, las chicas se refugiaban en la soledad o en la compañía de sus más íntimas amigas y se dedicaban a soñar. De hecho, las conductas amorosas de la época victoriana estaban fuertemente influidas por las doctrinas literarias del amor cortés y, hacia finales del siglo XIX, por las corrientes románticas, impregnadas de melancolía y ensoñaciones.

La costumbre de los matrimonios de conveniencia generaba en las muchachas un inmenso deseo de experimentar un sentimiento amoroso franco y espontáneo. Las mujeres solían llevar un diario íntimo, según era costumbre, y producían una correspondencia extraordinariamente abundante; en estas páginas anónimas se registran las frustraciones provocadas por estos deseos y el brusco contraste con una realidad prosaica, la de sus relaciones familiares y matrimoniales. En las cartas se habla con total sinceridad de amores y deseos, y también de lecturas y de recetas de cocina, herencias y problemas familiares.

Así se definió un prototipo de joven victoriana débil, delicada y casi anémica, muy próxima a las cualidades incorpóreas de los seres angélicos. Sin embargo, tras esta máscara existía un mundo de problemas: enfermedades nerviosas, trastornos psicológicos, anemias, etc., que anunciaban una urgente necesidad de cambios en las estrategias educativas femeninas.

LIBROS PROHIBIDOS
La educación femenina de la época victoriana, decididamente orientada hacia actividades de interior, fomentó en las muchachas el gusto por las lecturas de todo tipo y muy en especial las novelas amorosas, que hacían referencia al mundo de los sentimientos. Este tema, lo que las chicas debían sentir, era algo que la sociedad victoriana pretendía tener férreamente controlado, pues en aquella época no se permitía la libre expresión de la personalidad. Las autoridades religiosas, los padres y los educadores, por lo tanto, mantenían bajo siete llaves, tras los visillos de la biblioteca familiar, innumerables libros, sobre todo los que pudieran informar a las chicas en materia sexual. Sin embargo, ellas disponían de sus propios recursos y una de las diversiones de las muchachas y sus amigas era precisamente violentar los deseos y las previsiones de los padres en lo que se refería a las lecturas. 

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LA ESTRATEGIA DE LA BELLEZA
La otra cara de la espiritualidad de la que las jóvenes románticas de la época hacían gala era una búsqueda incesante de una apariencia exterior acorde con la idea que cada muchacha tenía de sí misma. Las chicas victorianas adoraban aparentar y basaban muchas de sus estrategias de conquista en la elección de sus atuendos. La posesión de objetos bellos constituía una de las principales actividades de las chicas, pues rodearse de cosas superfluas significaba también anunciar la posición social, otra de las bazas importantes ante un posible matrimonio. Los padres aceptaban muchos gastos para alimentar el ego de sus hijas y sus posibilidades sociales, pero a veces no les podían hacer frente y se veían obligados a endeudarse, a la espera de que un buen matrimonio de la muchacha les permitiera resarcirse de sus deudas.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • TIRABUZONES: era el peinado juvenil por excelencia. Se llevaban sueltos sobre los hombros, recogidos en cascada en la parte posterior de la cabeza o a ambos lados de la cara cuando las chicas se tocaban con una capota.
  • EL ABANICO: elemento fundamental del lenguaje amoroso, toda joven poseía una verdadera colección de abanicos a juego con sus trajes para coquetear con los galanes en teatros, paseos y bailes.
  • LOS ADORNOS FLORALES: la moda romántica de finales del siglo XIX requería el empleo de adornos florales, realizados a mano con cintas de satén y seda. Las flores, además de los encajes, eran los elementos más apropiados para los trajes de las jovencitas.