viernes, 27 de junio de 2014

La joven casadera

En la vida de una joven de la época victoriana la entrada en sociedad marcaba los comienzos de su vida adulta. Para ese momento se preparaba durante mucho tiempo, pues toda su educación anterior estaba dirigida al que era el único objetivo de la vida de una mujer de entonces: encontrar un buen marido. En cuanto iniciaba su vida social, una chica se convertía en "joven casadera" y ella y su madre buscaban al que iba a ser el hombre de su vida entre los miembros de las familias ricas y distinguidas.


                                                     


En las familias victorianas de la aristocracia y de la burguesía se concedía un gran interés a la educación intelectual de las chicas, pero no se trataba de fomentar sus capacidades sino de dotarlas de un barniz cultural que les permitiera brillar en sociedad para orgullo de su futuro esposo. Y es que todo lo que una madre victoriana enseñaba a su hija podía resumirse en tres puntos: cómo pescar un buen partido, cómo ser una buena esposa y cómo regentar una casa.

De niñas, las chicas eran sometidas al tormento de los aparatos correctores de sus defectos físicos como los que modelaban la nariz o el mentón, de durísimo cuero y a una educación destinada a enseñarlas a moverse con elegancia: andaban con un libro en la cabeza, aprendían a bailar y a saludar a sus mayores con una reverencia, a no sentarse jamás apoyándose en el respaldo de una silla y a resistir dentro de un rígido corsé de ballenas.

Las chicas aprendían que para conquistar a un hombre debían mostrarse pudorosas y tímidas, disimular su inteligencia, darle al varón la razón en todo y alabar sus cualidades aunque fueran muy inferiores a las suyas. Sabían, asimismo, que en una fiesta o en un banquete una dama no podía mostrar buen apetito, pues en la mujer victoriana se valoraba la debilidad y la consiguiente necesidad de ser protegida por el varón. Así, de una chica casadera se esperaba que pusiera a contribución toda la panoplia de enseñanzas maternas, tan importantes como la belleza para encontrar, gracias a una buena boda, su lugar en la sociedad.

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Aunque una joven podía llevar mucho tiempo viéndose con un joven en el parque o en reuniones sociales, era obligatorio que el muchacho visitase al padre de su enamorada para solicitar su permiso si quería formalizar las relaciones.

LA PUESTA DE LARGO
Uno de los actos preferidos por las clases altas europeas era la puesta de largo o presentación en sociedad de las muchachas cuando cumplían 18 años. Este evento les ofrecía la posibilidad de relacionarse con las familias adecuadas con vistas a contraer un matrimonio. En Gran Bretaña, la puesta de largo tenía lugar durante la temporada londinense; las debutantes solían vestir de blanco, con trajes vaporosos de tul y organdí y pendientes y collares de perlas de Madrás. Llevaban un carnet de baile, donde anotaban las peticiones de sus jóvenes pretendientes, aunque era costumbre que las chicas concedieran el primer baile a su padre o a su hermano mayor. La velada transcurría bajo la escrutadora mirada de las damas de la buena sociedad, las únicas que podían aprobar el comportamiento de las muchachas jóvenes.

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EL LENGUAJE DEL ABANICO
El abanico, accesorio imprescindible de la "toilette" de gala y que en los bailes iba acompañado de un ramillete de flores, era un elemento primordial del ritual del cortejo y disfrutó de una gran popularidad entre las muchachas desde el siglo XVIII. El lenguaje amoroso del abanico era aun tanto ingenuo pero efectivo; por ejemplo, si la joven lo movía con rapidez y audacia, el pretendiente podía sentirse estimulado a establecer el contacto personal. La forma de abrirlo o cerrarlo, de disimular un bostezo, de usarlo para ocultar la cara en el momento de las confidencias o de dejarlo caer a fin de que el joven elegido lo recogiera eran parte de un juego que todas las muchachas conocían y dominaban a la perfección.

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CUESTIÓN DE INDUMENTARIA
  • EL PEINADO: las muchachas victorianas se recogían el cabello obligatoriamente a los dieciocho años pero se permitían moños, tirabuzones y postizos, sobre todo en los peinados de gala.
  • FLORES Y LAZOS: aunque era costumbre que las muchachas llevaran a su primer baile un bouquet de flores naturales, en sus trajes de baile no faltaban los ramilletes hechos con flores y cintas de seda, primorosamente confeccionados.
  • EL TRAJE DE BAILE: organdí, tul, seda y cascadas de encaje: he aquí algunos de los materiales que más se empleaban para el traje de baile que la muchacha elegía para su puesta de largo y que era el más importante de su vida.

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