La aristocracia inglesa victoriana era la más poderosa, rica e influyente de Europa, a pesar de lo cual las mujeres de esta case social, que en aquella época concentraba poder y riquezas, estaban apartadas de la vida pública, a no ser por las funciones de mera representación social. Quizá por eso las grandes damas se convirtieron en las auténticas dictadoras de las altas esferas inglesas y aunque socialmente no eran tan relevantes como sus maridos, ellas decidían quién era o no era digno de pertenecer a su selectivo círculo de amistades.
Ni siquiera las damas de la alta nobleza victoriana escapaban a ser consideradas socialmente inferiores a sus maridos. Dejaban la dirección y el cuidado de sus asuntos domésticos en manos de mayordomos, amas de llaves y sirvientes para dedicarse al ocio, las labores de bordado, los paseos y la asistencia a actos culturales y sociales como representaciones teatrales o exposiciones de arte. Incluso las grandes damas estaban apartadas de los ámbitos públicos de decisión; en la vida doméstica, donde imperaba la estricta división de funciones entre hombres y mujeres, ellas se dedicaban a la educación de los hijos varones cuando eran pequeños y sólo de las chicas más tarde, pues los muchachos salían pronto del ámbito materno para ingresar en internados y colegios.
Los matrimonios solían concertarse según la conveniencia de las familias, razón por la cual en el código de la aristocracia se daban por descontadas las aventuras extramatrimoniales; sin embargo, las damas debían llevarlas con total discreción. De lo contrario, podían acarrear para si el deshonor y el ostracismo social.
El lustre de una dama de la aristocracia, sin embargo, siempre dependía del estatus social de su marido; ellas no podían ser las herederas de los títulos nobiliarios ni de las propiedades que solían ir vinculados a ellos y cuando contraían matrimonio, era el esposo quien administraba y controlaba su dote y su herencia familiar. Mas las cosas podían ser distintas si se trataba de las hijas de familias de rango y prestigio social o de tradición política; éstas no solían dejarse someter tan fácilmente y llegaban a influir en las actividades de sus maridos.
A mediados del siglo XIX en los trajes femeninos predominaban las amplias crinolinas y miriñaques; luego aparecieron los polisones. Pero hacia finales de la centuria hacía furor la larga cola, en la que se recogía armoniosamente el vuelo de la falda. La cola se llevaba incuso en los vestidos de mañana y en los de noche era símbolo de distinción, compitiendo las damas por su longitud.
LOS TOCADOS
La austeridad marcaba la moda de mediados del siglo XIX. Los peinados femeninos eran sencillos, ya que iban cubiertos por capotas y otros tipos de sombreros y tocados, a los que las damas concedían gran importancia como complementos del vestido. A finales del siglo, las capotas pasaron de moda y cedieron el protagonismo a sombreritos diminutos que se colocaban en equilibrio sobre los tirabuzones o los moños postizos.
LA TOILETTE
La complicación de los trajes y de las prendas de ropa interior que llevaban las mujeres victorianas era enorme: los aros del miriñaque, varias capas de enaguas, crinolinas y polisones, además de los corsés y las medias, que sujetaban con cintas, ojales y corchetes. Ninguna dama era capaz de vestirse por sí sola, sin ayuda de una o varias doncellas y en ocasión de gala el arreglo femenino podía necesitar varias horas. El corsé era especialmente complicado, pues debía marcar el talle muy fino y dar volumen al busto y a las caderas. A veces, la dama se tumbaba en el suelo mientras que una doncella le ponía un pie en la espalda para poder tirar con más fuerza de las cintas.
CUESTIÓN DE INDUMENTARIA (DE GALA)
- EL TOCADO: una verdadera dama jamás prescindía del tocado: plumas y broches enjoyados para la noche, capotas y sombreros para los atuendos de día.
- LAS JOYAS: el oro y las piedras preciosas eran como un indicador del poder de una dama de la aristocracia. Algunas lucían aderezos que llevaban en las familias generaciones enteras, auténticas joyas históricas de colección.
- EL TRAJE DE GALA: el atuendo propio para la ópera, el teatro o los bailes era rico y sofisticado. Para su confección se empleaban lujosas telas, sobre todo sedas de China y de Francia así como terciopelos y damascos.
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